El murmullo de los árboles

El trabajo cotidiano se hace más humano cuando se abre paso a la creación. Las palabras me brotan desde adentro y tratan de capturar momentos del día que son como ventanas por donde el espíritu sale a recrearse. 

Sentado frente a la ventana que da a la calle contemplo el otoño que se instala delicadamente sobre las hojas de un árbol. Su copa comienza a volverse rojiza, mientras que el cuerpo permanece todavía verde, aunque ya aparecen algunos toques que anuncian lo que vendrá.

A unos treinta metros a la derecha, otro árbol presenta un amarillo bien avanzado. Entre ellos puedo sentir el murmullo de la vida. Uno habla de la tempestad pasada que casi lo hace tumbarse en la acera, pero que finalmente salió airoso. El otro comenta nostálgico que echa de menos a los niños que circulan todas las mañanas para llegar al colegio.

El más robusto en ropaje se ufana por su vigor y tonicidad. El otro prefiere mirar hacia el huerto detrás de la enredadera para evitar entrar en contacto con su vecino. Plantados el mismo año y a la misma fecha, crecieron alegres gracias a las permanentes lluvias de la región. Algunas veces han debido quejarse por un año más seco, y ahora se inquietan por su futuro. El más engreído cree que podrá aguantar muchos años. El más débil, parece sentir más aún su fragilidad. Cada año observa que sus hojas se caen apenas llega octubre. Los pájaros, bastante chismosos, comentan que en ocasiones han escuchado hablar en sueños al árbol débil. De sus palabras se desprendían injurias en contra de su vecino presumido.


El sol que brilla sobre sus copas viendo al infortunado árbol ha intentado desviar sus rayos para que no sufra tanto, pero las aceras cubiertas de cemento irradian un calor que el pobre no puede soportar. A veces logra que algunas nubes vengan en auxilio de su amigo, pero el viento las dispersa rápidamente. Éste a su vez, se excusa diciendo que él no es causante de tal situación, que todo se debe a un cambio de presión que viene del Atlántico. El mar protestó al punto de lanzar un huracán. Todos pensaban que iba a responsabilizar a la luna, pero esta aseguró con furia que los causantes de tales penurias eran las fuertes temperaturas del continente.

En ese instante, la tierra, que yacía recostada haciéndose la sorda, no pudo evitar quedarse callada. Su voz ronca y poderosa sonaba con autoridad en medio de la naturaleza. Cuando habla todos la escuchan, a excepción de algunos vertebrados insensatos. Recordó que desde hace mucho tiempo su suelo sufre una degradación constante. Increpó duramente al hombre que no sabe que está hecho del mismo humus de la tierra. Una tórtola algo distraída no pudo evitar reírse al comparar el humus con el hombre. La hicieron callar rápidamente, aunque no evitó que las codornices salieran escandalizadas. La tierra prosiguió su agrio discurso señalando que le costaba respirar, que se estaba secando y que pronto dejaría de producir alimentos. Un coro de corbos selló su intervención con un grito agudo y terrible.

El árbol que se jactaba de su apariencia inclinó su copa y miró al pobre vecino. De sus ramas brotaron algunas lágrimas y sus raíces se acercaron para acariciarlo. El sol detrás de las nubes no quedó impávido y también se emocionó. El viento aprovechando una calma se transformó en brisa consoladora. La tierra conmovida se dio vuelta para que nadie la viera llorar. Volvió la lluvia para confundirse con las lágrimas de la tierra.

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