Cuando la noche es amarga


 Luego de una jornada donde había mucho en juego, pero no se logra recoger lo esperado, se abre un espacio para dejar salir los lamentos. En ese preciso instante, la escritura es fuente de desahogo y consuelo.

La noche es más amarga que nunca.

En el ombligo de la semana las cosas se han revelado dejándonos sin aire.

Delante de las maestras hemos tenido que mordernos la lengua, hacer nudos en el vientre y mantener la respiración. Algunos han tenido que retener alguna lágrima.

El juicio experto, implacable, se hundía en nuestra piel dejándonos pequeñitos en el asiento.

Hay errores de grueso calibre.

Hay negligencias insoportables.

Hay demasiados cabos sueltos.

Nosotros creíamos, teníamos alguna ilusión, pero, nada.

No basta el entusiasmo.

No son suficientes las horas trabajadas.

A veces falta talento y sobra el deseo.

Y luego de saber que había que recomenzar, mis torpes manos ya no saben qué escribir. Mis ojos, aunque abiertos, están hastiados de las palabras. Errantes nos paseamos por la sala o los pasillos buscando el consuelo que se tarda en llegar.

El alma anda huérfana tratando de encontrar amparo.

Salimos llevando a cuestas nuestras pesadas mochilas.

El aire circula viciado.

Caminamos en diferentes direcciones, algunos buscando una almohada, los más una cerveza, los menos para vaciarse y volver a llenarse.

La cebada produce su efecto en nuestros cuerpos cansados.

Alejamos nuestros sinsabores riendo de nuestras identidades, lenguas y costumbres.

Nos volveremos a levantar.

Este día está acabando, llevándose las penas.

La vida nos ha zarandeado, pero el tiempo de la abundancia llegará.

Es cosa de tiempo.

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