¡Qué pena siente el alma!
¡Qué pena siente
el alma
cuando la suerte
impía
se opone a los
deseos
que anhela el corazón!
¡Qué amargas son
las horas
de la existencia
mía
sin olvidar tus
ojos
sin escuchar tu voz!
Pero embargo a
veces
la sombra de la
duda
que por mi mente
pasa fatal visión
Su voz inconfundible no esconde tristeza y los acordes
de su guitarra nos transportan a la esencia del dolor. Es lo que sienten los
hijos al ver partir a sus padres y madres, ya doblados por la vida cuando un
día cerraron los ojos para dormirse en la eternidad.
Duele verlos partir tan desprotegidos, tan indefensos.
Fueron nuestros héroes en otro tiempo, cuando la vida era un juego. Nos
colgábamos de sus cuellos, subíamos a sus espaldas y escuchábamos sus
enseñanzas. De sus historias hicimos fiesta y su recuerdo queda imborrable en
nuestra memoria. Sus voces ya no se oirán, pero nos quedan sus palabras y sus
obras.
La trágica hora del desenlace nos fue comunicada a
través de un mensaje cargado de emoción: “Ella partió”, “se rindió y se fue sin
dolor”. El consuelo de estar ahí y despedirse queda como un signo de humanidad
y dignidad.
Estas pérdidas suceden en un momento difícil para el
mundo entero azotado por la crisis del coronavirus. Algunos han debido partir
en el silencio y la soledad. Qué rabia y desolación. Sabemos que hay varios
pasajeros esperando bajarse en la próxima parada de este tren. Así es este
viaje del cual un día nos enteramos. A las certezas de la partida y de la
llegada, se nos opone la incertitud del trayecto.
A los que seguimos arriba de este tren nos anima la alegría
de que quienes se bajaron nos regalaron lo mejor que tenían. Nos consuela la
esperanza que tanto amor vertido no ha sido en vano y que algún día podremos
reunirnos con ellos en la eternidad.
A Iván, Pancho, Marcelo, mis sinceros afectos. A
Hernán, mis deseos de paz para los días que vienen.
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