¡Qué pena siente el alma!

Violeta Parra, por allá en la medianía del siglo pasado se lo pasaba recopilando los cantares del pueblo sencillo. Eran melodías de aire campechano, con sabor a tierra y hoja mojada. De entre aquellas destaco una que un día escuché en una obra de teatro:

¡Qué pena siente el alma

cuando la suerte impía

se opone a los deseos

que anhela el corazón!

¡Qué amargas son las horas

de la existencia mía

sin olvidar tus ojos

sin escuchar tu voz!

Pero embargo a veces

la sombra de la duda

que por mi mente

pasa fatal visión

Su voz inconfundible no esconde tristeza y los acordes de su guitarra nos transportan a la esencia del dolor. Es lo que sienten los hijos al ver partir a sus padres y madres, ya doblados por la vida cuando un día cerraron los ojos para dormirse en la eternidad.

Duele verlos partir tan desprotegidos, tan indefensos. Fueron nuestros héroes en otro tiempo, cuando la vida era un juego. Nos colgábamos de sus cuellos, subíamos a sus espaldas y escuchábamos sus enseñanzas. De sus historias hicimos fiesta y su recuerdo queda imborrable en nuestra memoria. Sus voces ya no se oirán, pero nos quedan sus palabras y sus obras.

La trágica hora del desenlace nos fue comunicada a través de un mensaje cargado de emoción: “Ella partió”, “se rindió y se fue sin dolor”. El consuelo de estar ahí y despedirse queda como un signo de humanidad y dignidad.

Estas pérdidas suceden en un momento difícil para el mundo entero azotado por la crisis del coronavirus. Algunos han debido partir en el silencio y la soledad. Qué rabia y desolación. Sabemos que hay varios pasajeros esperando bajarse en la próxima parada de este tren. Así es este viaje del cual un día nos enteramos. A las certezas de la partida y de la llegada, se nos opone la incertitud del trayecto.

A los que seguimos arriba de este tren nos anima la alegría de que quienes se bajaron nos regalaron lo mejor que tenían. Nos consuela la esperanza que tanto amor vertido no ha sido en vano y que algún día podremos reunirnos con ellos en la eternidad.

A Iván, Pancho, Marcelo, mis sinceros afectos. A Hernán, mis deseos de paz para los días que vienen.

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