La postura más digna
Hace un año, en Santiago de Chile, estalló un conflicto social de tal magnitud que lo hemos catalogado como el de mayor connotación desde la vuelta a la democracia en 1990. El gobierno pensó en un momento que la intervención de las Fuerzas Armadas calmaría la situación y se restablecería el orden público. Hubo una pésima lectura de los acontecimientos. Por el contrario, vimos cómo una inmensa multitud se abalanzaba sobre los uniformados, sin miedo, para exigirles que se fueran a sus cuarteles.
El fenómeno social que se desató en las calles ha tenido como
ingrediente por un lado el legítimo derecho de manifestar las reivindicaciones
de grupos postergados y por el otro, el abuso policial que no ha sabido hacer
frente de manera eficaz a una masa insaciable de justicia y dignidad.
Los movimientos sociales, más favorables a una izquierda históricamente
cercana a los trabajadores, los estudiantes, la pobreza urbana y campesina, vieron
la oportunidad de hacer frente al modelo que se instaló durante la dictadura de
Pinochet y que ha gobernado bajo distintos mandatos de la antigua Concertación
y los dos períodos de Piñera. Quienes defienden el modelo han repetido hasta el
cansancio que el país se benefició a tal punto que se redujo la pobreza en
varios dígitos. Sin embargo, los beneficios no se han logrado percibir
nítidamente en el sueldo mensual de miles de chilenos, y que mantiene a grandes
sectores de la población endeudados con las casas comerciales por servicios
como la educación y la salud. Esta izquierda supo interpretar lo que estaba
ocurriendo y al no ser gobierno tuvo más libertad para moverse. Su ímpetu
castigaba también a la antigua Concertación por ser heredera del modelo. Como
lo escribiera Moulin en su “Anatomía de un mito”, los políticos se supieron
acomodar al sistema e incluso descubrieron cómo podían obtener beneficios. Los jóvenes
que no conocieron la dictadura se atrevieron a desafiar a los políticos que
prometieron que la alegría llegaría con la democracia.
La derecha, más cercana al respeto del orden institucional, los
empresarios y la tecnocracia, solo atinó a ver la violencia de un lado. Le
costó aceptar que la génesis de esa rabia tenía que ver con un sistema que
instala la discriminación desde la cuna. Como en los tiempos de la dictadura,
desvió la atención de lo central para focalizar su análisis en la violencia
desatada, anárquica y vandálica. Así como durante la campaña del plebiscito del
año 88 instaló un discurso del miedo, recordando los tiempos de la Unidad
Popular, ahora intenta convencer que, de aprobarse una nueva Constitución, el
proceso nos llevará a convertirnos en una nueva Venezuela.
El camino que se abre este fin de semana, y que deseo que sea el que
apruebe un nueva Constitución por medio de una Convención Constitucional, no
será fácil, sin duda alguna. Habrá que convencer a los temerosos que la ciudadanía
es capaz de ponerse de acuerdo en un nuevo instrumento constitucional que nos
represente a todos y todas. La experiencia de participar en los cabildos ciudadanos
me enseñó que Chile ha cambiado. Los pueblos originarios, tan poco
visibilizados, son una realidad de nuestra historia que debemos aprender a
valorar. Lo mismo con la diversidad sexual que exige respeto. La situación de
la mujer, el cuidado del medio ambiente, la tolerancia religiosa, la
inmigración y las nuevas formas de vida social nos exigen ponernos de acuerdo.
Por eso creo que la postura más digna, no es la violencia, sino que la de
sentarse a conversar, dejando de lado nuestras diferencia y temores. La
violencia es humillante para el que la ejerce porque se rebaja en dignidad.
Ante la injusticia hay que demostrar al victimario su falta de humanidad. El
recurso a la violencia paraliza o la incentiva. Lo que necesitamos es volver a
una posición que nos permita un diálogo con respeto. Solo la mirada con
alteridad que legitima al otro como un verdadero ciudadano con iguales derechos
y responsabilidades nos puede ayudar a enfrentar este momento.
Rolo,muy de acuerdo en el fondo de tus palabras y aspiraciones pero según mí criterio te equivocas en ver quienes son los que quieren y deben dirigir este cambio tan deseado por todos, incluso los que votamos rechazo. Ese es para mí el gran escollo a salvar pues los que se dicen del pueblo y para el pueblo, solo lo utilizan y les importa nada las consecuencias de la violencia que avalan con accion y omisión. Veo que el fin justifica los hechos y eso está muy lejos de lo que predican. Son dueños de un doble estándar vergonzoso. Debemos y tenemos que hacer cambios pero eso nada tiene que ver con la Constitución. Un gran abrazo.
ResponderEliminarRodrigo Aguilar