Currículo en tiempo de crisis

Crédito: Loïc Soto GV

Currículo en tiempo de crisis
Llegado el tiempo de la crisis, los jefes y asesores se reunieron a discutir con el ministro sobre las medidas que iban a tomar. No podían pensar en dejar a los estudiantes sin ninguna actividad, expuestos a las redes sociales o la farándula televisiva. Por otro lado, los padres levantarían sendos reclamos al poder central.
Contrataron nuevos asesores, expertos en idiomas, que pasan sus días escuchando, viendo y leyendo lo que hacen los países desarrollados. Al cabo de cinco minutos el ministro recibió un llamado del recién llegado experto internacional. En breve le aconsejó que en lugar de dejar a los estudiantes hacer lo que quieran en las redes sociales, las use para llenarlos de guías y trabajos en línea. Al menos, es lo que están haciendo las grandes potencias.
Eureka, exclamó el ministro quien no dudó en usar la línea directa para decírselo al presidente. Éste al recibir la noticia, se indignó:
-          “Pero cómo me vienes a importunar con semejante noticia. Yo pensaba que ya estabas en esa tarea. ¿Por qué siempre actuando 3 segundos más tarde que los demás? Antes de mediodía quiero una conferencia de prensa y una conexión en directo con los principales colegios y liceos donde directivos y docentes están enviando y confeccionando guías de trabajo. ¿Entendido?”
Al otro lado del cable, el ministro de educación anotaba todo en una libreta y sin hacer ninguna pregunta colgó el teléfono. Más bien le cortaron la comunicación.
Raudo, volvió a la sala de reuniones donde todos lo esperaban impacientes. Con su mejor cara de mateo comenzó a impartir órdenes. Parecía envalentonado y lleno de creatividad. Cuando sus colegas iban en la página 27 de recomendaciones y tareas por ejecutar, el jefe estornudó, lo cual permitió un descanso a los ya afligidos asesores. Eso fue aprovechado por una chica para hacerle una pregunta: - “jefe, me permite una pregunta: ¿usted cree que todos los estudiantes tienen conexión internet?” Su pregunta originó una serie de recriminaciones por inoportuna. Otros la tildaron de desubicada, incluso alguno por ahí, en voz baja, la criticó de comunista.
Un joven recién diplomado de sociología por la Universidad de Boston le informó que todos los colegios y liceos funcionan por medio de páginas web, por lo tanto, no veía impedimento en que los estudiantes reciban la información. El encargado de informática compartió el acierto del colega, señalando que el número de celulares en el país era muy superior al de habitantes, por lo tanto, la comunicación estaba asegurada.
En eso, el encargado de pruebas estandarizadas lanzó una frase temeraria: - “No olvidemos que tenemos que llegar con los contenidos al día para la prueba de matemáticas y lenguaje, además este año toca PISA”. Y el encargado de hacer los rankings de los colegios agregó: - “Junto con ello tenemos que resolver los casos de los colegios que desaparecerán por malos”. El jefe sintió un dolor de tripas y mandó a pedir pizzas para todos.
Hasta el momento había manejado bien la reunión. Se sentía empoderado y rebosante de energía. Todos esperaban de él una gran respuesta. En un segundo recordó que en la prueba de ingreso a la universidad perdió un punto por no saber el año de nacimiento de la poetisa y premio Nobel. Eso le había costado el ingreso a una universidad de prestigio teniendo que conformarse con una de segundo orden. Entonces, con voz casi marcial expresó: - “Decreto la movilización de todos los efectivos de la comunidad escolar para el éxito educativo. Todos y todas tendrán un espacio en las páginas web para transmitir sus conocimientos”. Los asesores anotaban hasta los suspiros del ministro.
La asesora comunicacional, para no interrumpirlo, le avisa con gestos que llegó la prensa. Él le señala que los haga pasar. Sabía que era su momento, estaba en el éxtasis de su declaración y ahora saldría en directo a todo el país. Antes, eso sí, dio una mascada a la pizza. Necesitaba energía para este momento. Para su mala suerte se le manchó la corbata con salsa de tomate. Él no se dio cuenta, porque seguía hablando:
–“La cosa es bien simple, nosotros queremos a todo el mundo escolar movilizado para que nuestros estudiantes se ilustren de los mejores conocimientos. Los docentes estarán en cuarentena informática haciendo sus mejores clases virtuales. Incluso, crearemos un premio al mejor profe virtual, cuyo galardón será atribuido al que tenga más likes de sus propios estudiantes”.
Los asesores se miraron asintiendo con la cabeza, mientras seguían anotando.
A cientos de kilómetros, alejado del centro noticioso, Pedro acababa de llegar del campo donde andaba reparando unas vallas con su hijo. En la modesta vivienda estaba la Tere preparando pan en la gran pieza donde el fuego de la cocina a leña irradiaba su calor. Junto a ella, Hilda, la hija menor aprendía el movimiento que hacía su mamá con la masa. Sus ojos seguían con detención el rodar del uslero, mientras su madre le explicaba los secretos de la harina.
De fondo, la radio, único medio de comunicación del villorrio sintonizaba la cadena nacional. En voz del presidente se escuchaban las medidas impuestas para el período de crisis. Luego, se escuchó al ministro de educación en directo desde la gran oficina del ministerio, anunciando la conexión virtual con todos los escolares del país.
Tere, le pidió a su hija que siguiera amasando mientras ella abría la puerta y ayudaba a Rafael a entrar la carga de papas que traía junto a Emilio. Al abrir la puerta, Tere, le señala a Emilio que el ministro de educación va a enviar tareas a la casa de los estudiantes para que aprendan sus lecciones. Él no dijo nada, como de costumbre, continuó ayudando a su padre a ordenar las herramientas en el cajón.
La familia Peralta vivía conectada con sus vecinos con quienes intercambiaban los frutos de la tierra. Emilio conocía los tipos de árboles, sus hojas y frutos, mejor que cualquier ingeniero agrónomo. Aprendió a usar el hacha antes que el lápiz, lo cual no le impidió aprender las letras rápidamente como cuando le escribió a Lucía, una compañera de la escuela, que la quería mucho. La radio les permitía informarse de los acontecimientos de la gran ciudad, pero lo que más amaba era escuchar a su profesora, Ana, contando historias todas las tardes. Su imaginación había crecido entre los cuentos de la abuela y los relatos de su profesora de la escuela rural.
Echaría de menos la escuela en estos días, pero nunca tanto, pensaba. No podrá sacar libros de la biblioteca, pero seguirá escuchando a su profesora por radio. Dejará de aprender el álgebra que tanto dolor de cabeza le provocaba, pero podrá apoyar a su papá con las tareas del campo, que en esta época es harta. Hará un paréntesis en el estudio de los relieves, la geografía física y la hidrología, ya que mientras tanto seguirá subiendo a sus árboles y haciendo nuevos descubrimientos. Fabricará con madera algún nuevo juego que podrá intercambiar con sus vecinos. No aprenderá a hacer un discurso argumentativo o quizás nunca sepa la relevancia de los gobiernos radicales, pero de su abuela recordará sus viejas historias de cómo era la ciudad cuando conoció al abuelo. No aprenderá cómo hacer una comunicación efectiva, pero escribirá en su cuaderno las anécdotas de los días en que se vino la crisis sobre el planeta.
La cadena nacional había acabado, dando paso al programa de rancheras que tanto le gustaba a Emilio. Llevado por un impulso tomó a su hermana por la cintura y se puso a bailar. Ella con sus cortos pasos intentaba seguir su ritmo. Rafael tomó la guitarra y la Tere aplaudía con entusiasmo felicitando a sus niños.

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