Rechazo al pobre. Una síntesis comprensiva
Este
trabajo resume los capítulos del libro “Aporofobia, el rechazo al pobre. Un
desafío para la democracia” de la autora Adela Cortina. Los títulos
seleccionados no necesariamente corresponden a los del libro y han sido
modificados para intencionar sus contenidos. Al final entrego algunos
comentarios y trazo algunas líneas que tocan el ámbito educativo.
Este es un
libro de filosofía práctica destinado a reflexionar sobre las consecuencias
éticas de una sociedad que rechaza a los pobres.
La autora es
catedrática de Ética y Política de la Universidad de Valencia, España.
Aporofobia,
el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia.
Autora: Adela
Cortina
Paidós,
España, 2017.
Reseña
I.
Definiendo aporofobia
El libro hace una
distinción entre la xenofobia y la aporofobia, que al parecer es más precisa
respecto de la realidad migratoria en Europa. Según esto, no es verdad que los
europeos tengan sentimientos de rechazo a los extranjeros, ya que si esto fuera
así no permitirían el turismo cuya actividad mueve parte de sus economías. Mediante
una serie de ejemplos ocurridos en España y en Europa, la autora, afirma que el
rechazo al extranjero es selectivo, especialmente hacia el pobre. Define la
aporofobia como “rechazo, aversión, temor
y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia,
no puede devolver nada bueno a cambio” (p.14). Pero añade además que todos
los seres humanos somos aporófobos, por cuanto tiene raíces cerebrales y
sociales.
El problema se
encuentra más allá de la raza o la etnia. Para la autora se trata de la
pobreza. La misma que puede afectar a un pariente cercano que ha caído en este
mal. El “áporos” es el que molesta,
que incluso, señala la académica, se puede encontrar en nuestras familias.
II.
Los delitos de odio al pobre
En los siguientes
capítulos se dedica a explicar las conductas y los discursos que promueven el
odio a los pobres. Primeramente, distingue los incidentes de odio que “se producen cuando hay constancia de un
comportamiento de desprecio y maltrato a personas por pertenecer a un
determinado colectivo”, pero sin que este pueda ser calificado de delito
(p.32). Por otro lado, el discurso del odio “consiste
en cualquier forma de expresión cuya finalidad consista en propagar, incitar,
promover o justificar el odio hacia determinados grupos sociales, desde una
posición de intolerancia” (p.32).
Para graficar mejor su
postura recurre a la fábula de La Fontaine del lobo y el cordero, usado por
Glucksmann en un libro sobre el discurso del odio. El texto de la fábula dice
así:
-
“… Y sé que de mí hablaste mal el
año pasado.
-
¿Cómo pude hacerlo si no había
nacido? –dijo el cordero-. Aún mamo de mi madre.
-
Si no fuiste tú, sería tu hermano.
-
No tengo.
-
Pues fue uno de los tuyos: porqué no
me dejáis tranquilo, vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Me lo han
dicho: tengo que vengarme.
Allá arriba, al fondo
de los bosques se lo lleva el lobo, y luego se lo come. Sin más juicio que ése”.
(p. 36)
La autora, define
cuatro criterios que participan en el delito de odio al pobre que se encuentran
presentes en esta fábula:
1. “las víctimas no se seleccionan por su identidad de personal, sino por
pertenecer a un colectivo, dotado de un rasgo que produce repulsión y desprecio
a los agresores”
(p.35).
2. “se estigmatiza y denigra a un colectivo atribuyéndole actos que son
perjudiciales para la sociedad, aunque sea difícil comprobarlos, si no
imposible, porque en ocasiones se remiten a una historia remota que ha ido
generando el perjuicio, o se forman a través de murmuraciones y habladurías” (p.37).
3. “se sitúa al colectivo en el punto de mira del odio, precisamente porque
las leyendas negras pretenden justificar la incitación al desprecio que la
sociedad debería sentir hacia él, según los inventores de esas leyendas” (p.37).
4. “quien pronuncia el discurso o quien comete el delito de odio está
convencido de que existe una desigualdad estructural entre la víctima y él,
cree que se encuentra en una posición de superioridad frente a ella” (p.38)
Concluye señalando que
a la base de la aporofobia se encuentran las relaciones que se caracterizan por
la asimetría. Esta desigualdad en la posición puede ser de índole económica,
entendiendo aquí por pobreza, la carencia de medios necesarios para vivir. Sin
embargo, ella no se detiene solamente en este tipo de pobreza, sino que va más
lejos. Adopta la proposición de Amartya Sen, quien señala que “la pobreza es falta de libertad,
imposibilidad de llevar a cabo los planes de vida que una persona tenga razones
para valorar” (p.43). De acuerdo con esta definición agrega, entonces, que
la aporofobia es “desprecio y rechazo en
cada caso de los peor situados, que pueden serlo económicamente, pero también
socialmente” (p.43).
III.
El discurso del odio vs. Libertad de
expresión.
Respecto de los
discursos del odio, la autora problematiza a partir del derecho a la libre
expresión que tienen los ciudadanos o la autoestima de las personas. Se plantea
el discurso del odio en sociedades donde se permite la libertad de todo tipo de
expresiones. Se habla de discurso ofensivo cuando la libertad de expresión no
permite la difusión de ciertas ideas que degradan a un grupo de personas.
Señala, que para el
derecho es complejo determinar las conductas que resultan ofensivas en razón de
los discursos. En este sentido es difícil determinar cuándo un discurso incita
a la violencia y, por otro lado, también es complejo detectar que la motivación
sea producto del odio hacia un grupo.
En este punto, la
autora, compromete al lector en una reflexión sobre la convivencia democrática
de las sociedades. Puesto que la libertad de expresión es clave para la
convivencia plantea tres maneras de abordarla según tres modelos de democracia
tomando como criterio el límite hasta el que una sociedad estaría dispuesta a
llegar para defender la libertad de expresión. Estos modelos son tomados de
Miguel Revenga. En una democracia tolerante (inspirada en EE UU) la libertad de
expresión no se puede frenar y por lo tanto se espera que las mejores ideas
ganen sobre las peores, pero sin prohibirlas. La autora plantea que el respeto activo
supera a la tolerancia ya que “quien
respeta a otros difícilmente pronunciará discursos intolerantes que puedan
dañarles” (p.52).
En una democracia
intransigente, plantea que se puede lastimar la libertad de expresión al punto
de anularla. En las sociedades europeas, donde la cultura del honor es
primordial, plantea que sea la autoestima el bien que el respeto activo logre proteger.
En la democracia
militante la ciudadanía adquiere un compromiso por alcanzar una sociedad
democrática, pero a condición de que la Constitución responda a las exigencias
planteadas por esa ciudadanía activa con dichos principios. Sin embargo, la
autora advierte sobre el ejercicio entre una libertad jurídica y la libertad
moral. Para ella no bastará lo que diga el derecho, sino que es condición
necesaria, para alcanzar la democracia, una ética cívica.
De aquí entonces, que
sea muy importante que la sociedad entera (familia, escuela, medios de
comunicación, instituciones y organismos) trabaje para transmitir una “eticidad” que supere lo prescrito, es
decir, una “ética incorporada a la vida
personal e institucional de una sociedad” (p.53).
La autora insiste que
para desarrollar una ética democrática es necesario el esfuerzo por fortalecer
el vínculo intersubjetivo por medio del diálogo y el reconocimiento mutuo de la
dignidad. En esto destaca la virtud del “respeto
activo de la dignidad, que asume la tolerancia, pero va más allá de ella,
comprometiéndose a intentar no dañar, no romper el vínculo con las personas,
que tienen dignidad, y no un simple precio” (p.54).
Por todo lo anterior,
más allá del análisis jurídico que se puede tener respecto del discurso del
odio, lo cierto, dirá la filósofa, es que “desde
un punto de vista ético, quien rechaza y denigra desde el poder, sea cual fuere
el tipo de poder, rompe toda posibilidad de convivencia justa y amistosa. Rompe
el vínculo con el humillado y ofendido y se degrada a sí mismo” (p.55).
Deja en claro que el
discurso del odio se diferencia del insulto o del mero exabrupto por tres
razones: 1) el discurso es monológico, no hay interés de establecer un diálogo;
2) el propio discurso daña a las personas y 3) establece una relación asimétrica,
de desigualdad radical. Para que haya un discurso recíproco es necesario
validar al interlocutor. Por eso, insiste en que “la ética cívica de una sociedad pluralista y democrática es una ética
de la corresponsabilidad entre instituciones y ciudadanos por las personas
concretas, por los pronombres personales que constituyen los nudos de cualquier
diálogo sobre lo justo” (p.59).
IV.
Un cerebro adaptado para cuidar a
los cercanos.
En los siguientes
capítulos, la autora indaga en estudios sobre el cerebro aportando bases
científicas que permitan explicar el comportamiento de rechazo a los pobres.
Antes de enarbolar el dato científico constata que en la humanidad existe una
diferencia entre lo que declara y los hechos. De ello se han ocupado las
religiones (pecado original en la versión católica) y la filosofía (el mal
radical). La versión biológica será un aspecto novedoso de su trabajo.
Amparada en un buen
número de investigaciones señala que la identidad neuronal hace a los humanos
sociales e individualistas, poniendo en juego una serie de tendencias que
entran en conflicto y que enumeramos:
1. Autointerés: cerebro es egocéntrico
por cuanto refiere todas sus experiencias a sí mismo. Esta característica es a
nivel biológica, no moral.
2. Controlar el entorno inmediato y buscar
lo familiar, lo cual le otorga seguridad (el miedo al extranjero sería
natural).
3. Ante situaciones que lo perturban
ejecuta mecanismos de disociación, es decir toma distancia de aquello que
percibe como desagradable. Esta tendencia asume un gran peso en su decisión de
pensar que la aporofobia tiene una raíz biológica, ya que le hace poner un
paréntesis a lo que percibe como perturbador.
4. Simpatía selectiva: El vínculo de
cuidado es selectivo. Gracias a ello, se logra incorporar a otro dentro del
grupo, pero permanece el problema con aquellos que no son seleccionados como
cercanos.
5. Por la empatía podemos conocer los
sentimientos de otros, pero por simpatía selectiva podemos acercarnos a otros,
pero no a los lejanos.
En una breve síntesis
del cerebro xenófobo, comienza diciendo que los seres humanos han desarrollado
una capacidad adaptativa. Esta señala que a mayor cercanía entre sujetos
provoca una activación de códigos morales de supervivencia. Cuando se ve
enfrentado a dilemas morales se activan zonas del cerebro asociadas con la
emoción y la cognición social. Los estudios también señalan que existen
personas que sienten placer de ayudar a otros de modo inmediato, lo cual llama
altruismo grupal, por cuanto se trata de una conducta que ocurre dentro de un
grupo. De todas maneras, cree que la postura darwiniana no es suficiente para
explicar la conducta altruista más allá del grupo. Prefiere asumir una
perspectiva en la cual el ser humano es capaz de reciprocar, es decir, realizar
acciones más allá del parentesco.
Concluye, señalando
que el cerebro humano está biológicamente preparado para el egoísmo, pero
también para la cooperación. La conducta habitual consiste en intentar alejar
acontecimientos o personas que le resultan perturbadores. Así, entonces, no le
parece extraño que siempre hayan excluidos en la sociedad. Lamentablemente, “en la sociedad contractualista y
cooperativa del intercambio se excluye al radicalmente extraño, al que no entra
en el juego del intercambio, porque no parece que pueda ofrecer ningún
beneficio como retorno. Ése es el pobre en cada ámbito de la vida social”
(p.80).
Sin embargo, la
académica es optimista porque el cerebro se caracteriza por su plasticidad.
Esto quiere decir que la construcción del cerebro es biosocial, es decir, puede
aprender de la experiencia y también recibe información que se encuentra en sus
genes.
V.
El papel de la reputación y la
vergüenza en la formación de la conciencia
La autora explica la
necesidad de educar la conciencia de los ciudadanos para una vida democrática
que sea capaz de integrar a los más desvalidos, pero considerando en ello a la
reputación. La conciencia tendría un papel más interno en la vida moral y la
reputación sería un aspecto más externo. Ambas debieran coincidir para una
correcta vida moral.
En la vida social,
tanto la conciencia como la reputación deben ser necesarias para educar a los
ciudadanos. Hace la distinción de estos conceptos, en el que al parecer la
conciencia asume un carácter interno y la reputación uno más externo a la
persona. Siguiendo con su línea de incorporar el dato biológico, considera que
los estudios de Darwin avalan una evolución significativa de la especie humana
en este aspecto. Al parecer, en la evolución de la especie humana, jugaron un
papel importante las leyes que el grupo se daba, con los castigos y desprecios
a quienes se atrevían a traspasarlas. En este ámbito surge el valor de la
reputación y el sentimiento de vergüenza como fundamentales para la
supervivencia, lo cual redunda en la evolución de la moral humana.
La evidencia biológica
que aporta la autora la lleva a precisar que “la razón que tienen los hombres para atender a su conciencia depende
de que su conducta sea visible. Y en este punto es en el que cobra una enorme
fuerza el peso de la reputación” (p.93). La autora argumenta que en la
actualidad existe un afán por aparecer como alguien con buena reputación, ya
que esto puede traer una buena valoración social. Sin embargo, funcionar
siguiendo la base biológica del cerebro o adoptar una conducta que busca
aprobación social, son insuficientes para una educación moral.
Para una educación
moral la autora señala que es necesario superar la coacción, el castigo o la
vergüenza como móvil para actuar en sociedad. Recuerda la importancia de
obligarse a sí mismo. “El deber moral no
consiste sólo en cumplir obligaciones con los demás, sino en primer lugar
cumplirlas consigo mismo, y en saberse obligado a cumplirlas con los demás
desde esa autoobligación” (p.98). En otras palabras, el sujeto que actúa de
esta manera lo hace con plena autonomía y sin presiones, ejerciendo su
libertad. Algunos podrán considerar que “se
trata de una fuerza interior que no está ligada a la supervivencia, sino al
deseo de vivir bien, de acuerdo con la propia conciencia” (p.99). En esto
radica la educación para la autonomía, que busca formar la conciencia por medio
del diálogo y la argumentación que permite la vinculación entre los seres
humanos. Y al tocar el tema del vínculo es cuando aparecen todos los tipos de
seres humanos, sin exclusión. Invita a tener una actitud compasiva hacia los
demás sobre la cual construir una sociedad inclusiva.
VI.
La biomejora y el papel de las
emociones en la conducta moral
Se interroga, a
continuación, acerca de la motivación moral para actuar según normas que
incluyan a los demás, evitando el rechazo a los más desamparados. Para ello
recurre a datos de las neurociencias que estudian el comportamiento humano que
ofrecen perspectivas sustentadas en datos biológicos.
Así como la ciencia ha
estudiado el uso de tratamientos para mejorar la concentración, la autora se
interroga acerca de la posibilidad de mejorar la conducta moral por medio de la
biomejora. Recurriendo a una serie de investigadores en este campo observa y
analiza las posturas de quienes apoyan las intervenciones con fines
terapéuticos y de los que buscan producir una mejora en el comportamiento con
consecuencias morales. Algunos estudios han intentado comprender las bases
biológicas de la agresión para buscar una mejora moral. Como se podrá observar
existen resistencias en el mundo de las neurociencias respecto de la
legitimidad ética de este tipo de intervenciones.
Quienes avalan la
modificación moral por medio de la biomejora observan que la evolución del ser
humano en este ámbito no ha logrado instalar un altruismo más allá del grupo
cercano. En ello tiene responsabilidad la educación por medio de la
argumentación y el razonamiento, pero agregando las emociones que están
asociadas a las motivaciones. De este modo, se busca fortalecer una educación
que permita modificar las emociones “como
son la gratuidad ante el favor recibido por altruismo y el deseo de devolver el
favor, lo cual anima para hacer nuevos favores, el enfado cuando alguien daña a
otro, el deseo de represalia, que disuade de futuras agresiones, el
remordimiento y el sentido de culpa, la vergüenza, el orgullo, la admiración,
el desprecio o la capacidad de perdonar” (p.117).
La académica pondera las
virtudes de esta perspectiva y señala, también, los límites. Fundamentalmente,
destaca el papel de las bases biológicas en las disposiciones morales. Como se
ha podido captar la evolución del juicio moral no puede dejar fuera las
motivaciones que tienen un fundamento biológico. Lo que llama la atención es
que, al parecer “la especie humana ha
permanecido esencialmente igual a nivel biológico y genético durante los
últimos cuarenta mil años, mientras se producía el desarrollo cultural, gracias
sobre todo al desarrollo del lenguaje oral y escrito” (p.118). Para algunos
investigadores se produciría un desconcierto moral que lleva al ser humano a
hacer el mal no deseado.
Los límites que la
autora aporta a la reflexión tienen que ver, en síntesis, con una intervención
que no se trataría de un tratamiento, sino que en definitiva de una mejora que
requiere el consentimiento de los sujetos. Cualquier intervención de esta
naturaleza afecta la libertad de la población para decidir, lo cual es un
problema ético muy complejo. De solo pensarlo la autora recuerda la película
“la naranja mecánica” o el libro “un mundo feliz”.
Lo fundamental a
juicio de la académica es tratar de educar la conciencia personal y social
cultivando la capacidad de apreciar lo que es valioso por sí mismo y no por el
beneficio que reporta. No cree que esto pueda surgir por un medio biomédico.
VII.
Erradicar la pobreza, reducir la
desigualdad
En los siguientes
capítulos, la autora se detiene a analizar la problemática de la pobreza desde
una mirada que desafía a la sociedad en su conjunto. En una sociedad basada en
el intercambio, los pobres son un problema porque no pueden ejercer la simetría
como el resto. El rechazo al pobre se encuentra alojado en nuestro cerebro y
para superarlo plantea la compasión productiva que sería “el reconocimiento de que el otro es un igual, con el que existe un
vínculo que precede a cualquier pacto” (p.126).
Será necesario la
educación, por cierto, pero además las instituciones y en especial las
organizaciones ligadas a la economía. En la sociedad se admira la riqueza y se
desprecia la pobreza. Replantea una orientación que provoque el respeto a la
dignidad de las personas, independiente de su condición. Se pregunta si la
eliminación de la pobreza es un deber de justicia o solamente una obligación de
beneficencia.
Existen esfuerzos
privados por eliminar la pobreza, pero también desde los poderes políticos como
el Estado y los organismos internacionales. Para ello se formulan algunas
tareas como determinar quiénes son los pobres. Existen diversos estudios para
medir la pobreza que se aplican en sus respectivos contextos. Junto a la renta,
algunos consideran otros factores como el nivel de educación alcanzado, la
vivienda o la mortandad infantil. La autora reconoce que la falta de lo
esencial para la vida es fundamental y hay que asegurarlo. Pero sigue el
planteamiento de Amartya Sen en el sentido de que la pobreza es la falta de
libertad para poder conducirse por la vida según los valores que mueven a una
persona. La carencia sería un factor para no poder cumplir los deseos de
desarrollo humano. Afirma que “es
indudable que la pobreza introduce una discriminación negativa entre las
personas en capacidades tan básicas como la de organizar la propia vida y
perseguir la felicidad, porque sólo una parte de la humanidad cuenta con los
medios para ello” (p.130).
Reflexiona junto a los
pensadores griegos acerca de la pobreza. Para ellos era fundamental encontrar
las virtudes que permiten a las personas decidir lo que los conduce a la
felicidad. Distingue la fortuna como el azar, aquello que acontece y que es
independiente de su voluntad. Para algunos, la vida buena no depende de la
pobreza, incluso para otros, puede ser un bien. Sin embargo, en el mundo
antiguo, la pobreza era un mal inevitable.
Se observa un cambio
hace unos siglos atrás debido a una creciente acumulación de riqueza. Sin
mencionar de dónde obtiene el dato añade que “en los últimos ciento ochenta años la actividad económica total del
planeta se ha multiplicado por cuarenta y nueve” por lo que hay recursos
para para luchar contra la pobreza (p.133). Menciona dos movimientos
intelectuales que han tenido consecuencias: la primera ilustración (fines del
s. XVIII) aportará el respeto a los pobres como una cuestión social y por lo
tanto la economía debe considerarlos. La cuestión social enfatizará la dignidad
del pobre y el rechazo a su instrumentalización. Situando la segunda
ilustración en los años 60 y 70 del s. XX, señala que se observa la pobreza
como algo que debe eliminarse. Por último, la ONU ha planteado en sus Objetivos
del Desarrollo Sostenible para el año 2030 el fin de la pobreza.
Distingue políticas
que tienden a proteger a las personas de la pobreza y aquellas que buscan
promocionar a las personas. Señala que abundan las medidas que protegen a las
personas, pero que la mejor política es aquella que las promueve para salir de
la pobreza. En la primera ilustración se forma un discurso que siendo
proteccionista orienta a los Estados para ocuparse de esta realidad.
Afirma que las
religiones monoteístas fueron las primeras instituciones que consideraron la
preocupación del pobre como una verificación de la fe en la vida concreta. En
este sentido, considera que esta acción no es propiamente caridad, sino que
justicia. Se deberá avanzar en la historia para que los Estados consideren como
una obligación propia de la política proteger a los menos favorecidos.
Ilustra brevemente el
recorrido histórico que las sociedades han dado para reconocer los derechos de
las personas a salir de la pobreza. A través de la figura de un contrato
social, poniendo a la teoría de Rawls como ejemplo, señala que la sociedad está
obligada a garantizar mínimos materiales que protejan derechos y libertades
incuestionables, otorgando igualdad de oportunidades a sus ciudadanos. Por lo
tanto, erradicar la pobreza, reduciendo las desigualdades son metas vigentes
hoy en día.
En la actualidad
presenta una serie de desafíos para la economía en un tiempo caracterizado por
una globalización asimétrica, que es liderada por un neoliberalismo que ha
reaccionado a los Estados de Bienestar. Las propuestas que sugiere debieran
ser: 1) reducir las desigualdades como forma de eliminar la pobreza y lograr
crecimiento. No se trata de un objetivo estratégico para evitar revueltas, sino
que, de un acto de justicia, en el sentido de que los pobres tienen derecho a
una vida digna. Ahonda su pensamiento señalando que resulta falso sostener que
la reducción de las desigualdades sería contraria al crecimiento. 2) unir el
poder de la economía a los ideales universales en un mundo globalizado. Destaca
valores universales que constituyen una ética cívica. 3) asumir la
Responsabilidad Social Empresarial como una cuestión prudencial y de justicia. Las
empresas deben atender las expectativas de aquellos que resultan afectados por
su actividad. 4) promover el pluralismo de los modelos de empresa. Se trata de
empresas que no solo se ocupan de rentabilizar, sino que de satisfacer
necesidades sociales y evitar la exclusión. Y 5) economía y empresa deben
cultivar distintas motivaciones de racionalidad económica. Señala que el hombre
no se mueve solamente por el propio interés. “Las personas son híbridos del homo económicus y del homo reciprocans,
el hombre que sabe cooperar, distinguir entre quienes violan los contratos y
quienes los cumplen, castigar a los primeros y premiar a los segundos”
(p.148).
Finaliza haciendo una
alusión a su tesis anterior sobre la razón cordial, señalando que esta ética “es consciente del valor de los contratos
para la vida política, económica y social, pero también hunde sus raíces en esa
otra forma de vínculo humano, que es la alianza” (p.148). Dicha alianza se
caracteriza por el reconocimiento mutuo de las personas en su dignidad,
necesitadas de justicia, cuidado y compasión.
VIII.
Hospitalidad cosmopolita
Retomando a Kant,
plantea que uno de los problemas de la educación consiste en decidir si su fin
es educar para el momento o con mentalidad de futuro. Viendo las oleadas migratorias
que se han producido en Europa, piensa que la opción correcta es anticipar la
construcción de una sociedad cosmopolita, donde nadie se sienta excluido.
Para Europa, fiel a
sus valores representados en la Declaración de los Derechos Humanos, la urgencia
hoy consiste en acoger a los inmigrantes y la tarea más importante será
construir esa sociedad cosmopolita, donde la hospitalidad juega un rol clave.
Recoge el significado
de la hospitalidad y muestra diversos ejemplos presentes, incluso en los textos
bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamente, sobre la acogida a los extranjeros. La
acogida al extranjero necesitado requería de mayor justificación, pero en
general ha sido una virtud bien entendida. Nuevamente, invita al lector a ir
más allá, pensando en que la hospitalidad debe involucrar ahora a las
instituciones.
Recurre a Kant,
nuevamente, para analizar con más profundidad el concepto de hospitalidad.
Subraya dos miradas que el filósofo realiza: una, con acento en el mejoramiento
de la convivencia y otra, ubicada en la línea del derecho y del deber. En este
sentido, buscará extender la virtud de la convivencia hacia una obligación
institucional para acoger al extranjero.
Hacer el paso de una
hospitalidad personal a una institucional requiere comprender que quienes
visitan un país tienen un derecho que se origina por la necesidad que tienen
los Estados de trabajar activamente por la paz, cultivando una sociedad
cosmopolita. En este punto, la autora, crea las bases para asegurar un Derecho
Cosmopolita que mueva a los Estados a reglamentar la acogida de los
extranjeros, así como proponer disposiciones que el visitante debe mostrar para
ser tratado como huésped, a condición de que su rechazo no lo lleve a su propia
ruina.
Para alcanzar una
hospitalidad incondicional, toma como referencia a Lévinas, quien destaca que
el ser humano es para los demás, por lo cual se hace responsable del otro. Esta
responsabilidad lo constituye en sujeto. Aquí encuentra la base de la acogida. Tomando
a Derriba, considera claves la apertura y la acogida para la actuación ética y
política. Aspira a que las leyes puedan concretizar, de la mejor forma posible,
estos principios en favor de los pobres y excluidos.
Todo lo anterior tiene
consecuencias éticas y políticas que espera que su país, España, pueda realizar
para acoger a los inmigrantes ofreciendo un trato hospitalario, como lo
justifica más arriba.
Finaliza, retomando a
Lévinas, en su crítica al sedentarismo de occidente que al construir su casa
distinguió entre “nosotros” y “ellos”. Sintetiza en esta imagen la evolución
del cerebro y la conducta biocultural de los seres humanos. La exclusión de los
pobres, como seres incapaces de intercambiar fueron dando origen al “nosotros”.
Este cerebro es plástico y por medio de la educación puede cultivar la apertura
al otro, desde un reconocimiento compasivo.
La ética
incondicionada es fruto del reconocimiento de quienes comparten igual dignidad
y también de la solidaridad con el más vulnerable. En el nudo principal se
encuentra el vínculo que como seres humanos tenemos de compartir la casa común.
Por eso dirá que “una ética de la
corresponsabilidad exige cuestionar las condiciones jurídicas y políticas
actuales desde el reconocimiento compasivo, orientando la construcción de una
sociedad cosmopolita, sin exclusiones” (p.168). Y en ello la familia y la
educación juegan un rol clave, como también las demás instituciones públicas.
Comentarios
En esto días hemos
visto que un grupo de vecinos de una comuna acomodada en Santiago protestó en
contra de la idea de su alcalde de construir viviendas sociales en su sector.
Algunos manifestaron que el barrio se encontraba colapsado y no soportaba más
construcciones en altura. Otros expresaron que este tipo de viviendas hace
perder la plusvalía de los terrenos y finalmente alguien rechazaba la idea de
que gente de barrios de menos ingresos llegara a instalarse.
Las reacciones
surgieron de inmediato acusando de clasistas a quienes rechazaban la idea. De
acuerdo con la autora, algunas de estas expresiones se asemejan a su estudio.
El miedo a los extraños, especialmente al pobre, que amenazan con sus
costumbres u vicios, provoca una reacción adaptativa que busca defender al
grupo cercano.
Afortunadamente, han
aparecido otras expresiones que alientan y favorecen la integración social.
Algunos medios han contactado a los futuros propietarios de los departamentos y
por medio de entrevistas demuestran que son personas sencillas y de esfuerzo.
Sin embargo, este
acontecimiento es un botón de muestra de la segregación que existe en nuestra
sociedad. Como aporte para la Ley de Inclusión González (2017)[1]
describía que “el sistema educativo chileno
presenta niveles considerables de segregación que, según los estudios más
actualizados en la materia, se acercan peligrosamente a la hipersegregación
(índice de Duncan superior a 0,6)” (p.90).
Junto con este
ejemplo, se agolpan otros tantos en los cuales el vector común es el rechazo al
pobre y sus costumbres. Algo similar se ha podido observar en las palabras que
se han empleado para referirse a la inmigración haitiana, colombiana o
venezolana. Involuntariamente o no, se asocia a la inmigración la llegada de la
delincuencia, la drogadicción y otros vicios sociales, que la convierte en
sospechosa.
Finalmente, otro
acontecimiento que desnuda nuestra frágil convivencia social tiene relación con
el efecto de Daniela Vega y la aceptación de la diversidad sexual. Todos estos
acontecimientos ocurren en un momento de fuerte cambio cultural en Chile. Pareciera
ser que durante mucho tiempo no hemos querido ver nuestra realidad, ya que como
dice la autora del libro, la pobreza causa vergüenza y por eso se esconde.
Muchos crecimos con la
imagen del “hijo de ladrón” de Manuel Rojas y una literatura que miraba benignamente
al pobre que, sin duda era culpable de su propia condición, pero que si se
esforzaba lograría salir adelante. Me parece que nuestra generación, o una
parte de ella al menos, caracterizó al pobre como el vagabundo, el sin ley, el
alcohólico, el roto, el sin educación, el marginal y el que delinque. Todos
estos elementos promovieron una actitud de rechazo frontal. Nada bueno podía
venir de ahí.
La defensa del pobre
tendrá también sus luchas. La reforma agraria de los años sesenta intentó hacer
justicia con aquellos que trabajaban la tierra. La religión tuvo su palabra por
medio de las iglesias y sus autoridades para ayudar a mirar con respeto la
dignidad de los pobres. Con la dictadura nacieron otros tipos de pobres como
los perseguidos a causa de sus ideas.
El retorno a la
democracia nos permitió abrirnos al mundo nuevamente y con ello instalar una
economía competitiva. La firma de convenios internacionales con las grandes
potencias nos ilusionó y nos hizo creer que éramos los “jaguares” de América.
Nuestros vecinos comenzaron a sentirse incómodos con nuestra soberbia.
Aprendimos que
podíamos acumular riqueza gracias a nuestros méritos, pero nos fuimos olvidando
de la gratuidad. La famosa “gauchada” (favor gratuito) se fue quedando en el
olvido. Todo favor tiene precio, aunque sea “una luca” (mil pesos).
Nuestro actual
contexto socio educativo nos sitúa ante nuevos desafíos relacionados con
nuestra convivencia ciudadana. La escuela no ha permitido disminuir la
desigualdad, sino que ha mantenido la distancia entre los grupos sociales.
La escuela pública se
ha visto reducida en términos de cobertura y de resultados académicos. Todo
queda supeditado al mérito y esfuerzo de los estudiantes que “desean surgir”.
El movimiento pingüino
del año 2006 vino a despertarnos de nuestro sueño y hacernos ver que la sociedad
chilena necesitaba adecuarse a una nueva realidad. Las diferencias entre los
grupos sociales requerían equilibrar la cancha en que se estaba jugando un
partido muy desigual.
Esos jóvenes han
liderado un cambio importante en los años siguientes e incluso algunos de sus
dirigentes se encuentran hoy en el Parlamento. Los estudiantes han continuado
manifestándose en las calles levantando nuevas banderas de lucha. Hace algunos
años se cuestionó el lucro en la educación y se demandó la gratuidad en la
educación superior.
Uno de los últimos
aportes al sistema educativo fue la creación de la asignatura de Formación
Ciudadana. Surge en un momento en el que los jóvenes sienten desafección por la
política, al mismo tiempo que experimentan un empoderamiento frente a sus
derechos y reivindicaciones. Algunos críticos del movimiento estudiantil han
reparado en una falta de responsabilidad en sus actos, una acentuación en la
violencia urbana manifestado en las movilizaciones, una falta de respeto hacia
todo tipo de autoridad y una intolerancia para dialogar.
Todos estos elementos
están señalando que nuestra democracia exige nuevos relatos que nos permitan
comprender la realidad. La educación sigue ahí prometiendo a los estudiantes
alcanzar el desarrollo humano y profesional que permita salir de la pobreza.
Sin embargo, ella misma requiere creer en que puede ser capaz de lograr sus
metas.
Este libro tiene
aportes y sugerencias que requieren tiempo para madurar por medio del diálogo
pedagógico entre los docentes. No se trata de convertirlo en contenidos, aunque
bien podría ayudar en ciertas temáticas. La autora manifiesta claramente sus
dudas en una educación centrada solamente en el contenido cognitivo, por lo que
es necesario asumir una mirada integral, donde lo conceptual, las habilidades y
lo emocional permiten al estudiante abrirse a nuevos aprendizajes.
La autora sugiere que
el diálogo y la argumentación es central en una educación que busque formar la
conciencia moral de los estudiantes. Pero también insiste en considerar el
factor emocional. Esto es importante para el aprendizaje puesto que el
conocimiento que se adquiere no solo por medio de ideas, sino que también mediante
la integración de las emociones.
[1] González, R (2017).
Segregación educativa en el sistema chileno desde una perspectiva comparada. En Mineduc, Ley de inclusión escolar. El primer gran debate de la reforma educacional. (48-91). Santiago, Chile.
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