En el día del trabajo
Caminar por Alameda sin prisa, oteando en las cunetas libros usados, música pirateada o banderas del pueblo mapuche, sin el temor a que te atropellen debe ser una sensación ciudadana satisfactoria.
Me acerqué a todos los puestos de libros usados y encontré el mismo tipo de lectura. Sus vendedores se esmeraron en seleccionar lo mejor de la literatura de izquierda. De las banderas, sólo habían del pueblo mapuche y las rojas del partido comunista.
Pensé encontrar un cierto tipo de público vestidos de forma artesanal y rostros de pueblo humilde. Pero, también habían jóvenes, familias, señoras del sindicato de trabajadoras de casa particular. Extranjeros inmigrantes que trabajan en Chile para enviar algún dinero a sus familias que viven fuera del territorio nacional.
Y vi la columna que se acercaba con los dirigentes sociales a la cabeza, rodeados por una barrera de palos de bandera para evitar que alguien se les acerque. Portaban un lienzo cuya leyenda ya no recuerdo. Reconocí a Bárbara Figueroa y Jaime Gajardo, mientras la televisión y los fotógrafos hacían su trabajo.
Me sentí transportado en el tiempo en que fui a la primera concentración democrática contra la dictadura o para el plebiscito contra Pinochet.
La calle, lugar de tránsito y de lo cotidiano como diría Gianini, me extendió por un momento sus brazos para acogerme y señalarme el dolor y las luchas de tantos que deben hundir sus pies en sus aceras para ganar con sufrimiento un pan con dignidad.
Antes de comenzar el discurso escuché la canción de Víctor Jara: el derecho de vivir en paz. Era su voz inconfundible que me hacía pensar y sentir en una nueva vida. Los rostros de las personas reflejaban tranquilidad que se concentraban para escuchar el discurso de la presidenta de la Cut. De pronto vi a una persona mayor, vestida sencillamente, con un aire intelectual. Andaba solo, tenía anteojos y una mirada relajada, incluso dispuesta a saludar a todos aunque no lo conocieran.
Comenzó el discurso saludando a todos los asistentes y especialmente a tantos que en estos días han vivido momentos duros en medio de negociaciones y la huelga. También a los que se quedaron sin trabajo por los desastres en el norte y en el sur.
De lo dicho en el discurso, me quedó resonando el tema de la capacidad de soñar. Por algo cerró su discurso con las palabras de Allende cuando se dirige a los trabajadores antes de morir. Le creo cuando dice que los sueños movilizan a los seres humanos dando esperanza a la acción. Al movimiento social, nada se le ha sido regalado por quienes controlan el país. Si pueden caminar y celebrar este día es porque otros han luchado para obtener beneficios para todos.
Es esta capacidad de soñar la que me impacta, la que moviliza la conciencia imaginando un futuro diferente. Y los sueños de los que hablo tienen relación con la colectividad, no con la individualidad, solamente.
Recordé, por un momento, cuando hicimos una eucaristía en la Alameda para finalizar un año centrado en la misión de la ciudad. Recién habíamos vuelto a la democracia y la iglesia comenzaba a desplegar su acción pastoral en un tiempo de nueva evangelización.
En esta sintonía de recuerdos, aparecen la iglesia y el movimiento social, no como protagonistas antagónicos, pero sí que demandan un diálogo para entender su acción, sus lógicas y sus fronteras. Me satisface este momento, me da esperanza en que un Chile más unido puede nacer. Tengo optimismo, no le temo al diálogo entre sectores diversos y profundizar nuestra democracia.
Gracias, a todos los trabajadores por este día que podemos conmemorar.



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