Sensaciones en mi país natal


Volví de vacaciones por unos días a mi país natal. Era la primera vez que iba por un tiempo corto. Iba con mi hija y sus dos pequeñas hijas de visita a los abuelos, tíos y amigos. Intentaré describir las sensaciones que me ocurrieron en estos días, cargados de emociones por el reencuentro con los cercanos.

Antes de llegar, tenía nostalgia de las montañas. ¡Si son la columna vertebral de nuestra geografía! Ad-mirarlas, majestuosas, cubriendo el sol espectacular del amanecer y ocultándolo al atardecer me dan la sensación de orientarme y de estar en el lugar de toda la vida.

Mi hija mayor se fue de Chile a los 18 años. Luego ha vuelto algunas veces, pero en esta ocasión, a los 27 volvía a presentar a sus hijas. La mayor escucha a su mamá que le habla español y le responde en francés. Tragó una multitud de palabras que van a enriquecer su lenguaje. Me tocó leerle varios cuentos en español que pedía que se los contara muchas veces. La vi reírse a mares con todos. La menor de un año, que es capaz de mover a todos con su dedo índice, tocó y sintió la textura de la piedra, la piel del caballo y el hocico del perro. Miré con gratitud y emoción cómo fueron capaces de trasmitir a la generación precedente la alegría de crecer.

Dentro de la gama de sabores hay varios que con el tiempo se añoran. Un buen pan con palta al desayuno o servido con una hamburguesa en una reunión de amigos, se convierten en un aliado de un buen momento.

La chirimoya me causa una sensación extraña. Cuando pequeño poco o nada la comí. Más tarde la probé como sabor de un helado. Nada que ver con su sabor original cuando se la desviste de su ropaje verde y se eluden las apreciables pepas. El mango es otra fruta que descubrí bien tarde. Compañera del pisco, le da un toque acogedor. Pero comerlo en trozos fue un placer inigualable.

De las cosas raras, puedo contar que el mejor pisco no vino de la mano de un experto barman, ni menos de uno ya preparado y comprado en un supermercado. El mejor sabor provino de una receta que mi cuñada tiene en su thermomix. Con el limón justo, la temperatura adecuada, la clara de huevo en su punto, lo demás fue dejarse llevar por la mejor compañía y la buena conversación.

Mi papá me miró como si estuviera hablando con un extraterrestre cuando le dije que estaba haciéndole el quite a los asados. En Chile, esto parece un pecado grave. En verdad, me gusta la carne, pero comer a las 3 o 4 de la tarde porque la carne no está lista no me va. Es cierto que el asado tiene el condimento social que nos gusta a los chilenos, pebre para picar, empanadas para amenizar y choripán para acompañar. Afortunadamente, tuve varios encuentros alrededor de una mesa, donde la carne fue la invitada principal. Creo que subí varios kilos en esta pasada.

Mis amigos que vienen del extranjero siempre me preguntan por la comida del mar. Nunca fuimos muy avezados en este sentido. Mi señora es la mejor cocinera de pescado, alimento que ha ido ganando terreno en mi paladar. Un pedazo de salmón de supermercado vino a calmar mi hambre de productos marinos. Extrañé el tarrito de machas con el que preparaba los aperitivos. Sin embargo, cuando pensé que me iba a ir sin probar este bocadillo, un amigo tuvo la idea de invitarme a un restaurante donde sirven machas a la parmesana. Misión cumplida.

Si de comida casera se trata, lo mejor fue volver donde los papás donde el pastel de choclo se sirve en greda, la empanada, si no es de la mamá, no es lo mismo y el pastel de manjar con nuez que acompaña el café no tiene igual.

En esta primavera la alergia no alcanzó a tocarme, lo cual fue un alivio. Algunos olores se sintieron más que otros. El del campo, ese que agota cuando se deja la ciudad, me renovó y me hizo dormir amablemente. En cambio, el aire de la ciudad, me provocó constantes picazones y violentos estornudos, algo que pensé que ya tenía superado.

Caminar por las calles y tomar la micro me hicieron sentir que estaba en otra parte del mundo. Como que algo había pasado en el ambiente. Las paredes hablaban de una historia reciente algo difícil. Mucha gente con máscara, aunque otra parecía desenvuelta. Conducir fue un impacto. ¿Por qué todos andan por la segunda pista cuando la primera está despejada?

Escuchar español todo el día, o chileno, diría alguien es algo especial. Como enseño español el oído he afinado para entender cómo hablamos. Que me tutee alguien que no conozco como el sirviente de una cafetería, me extrañó. Entiendo que queremos expresar cercanía, pero no me salió natural.

Sin duda, de todas las sensaciones, la más radical, fue la de abrazar. ¡Qué rico es! Abracé, pero creo que me faltó mucho más. Me cargué de la mejor energía que me permite vincularme con aquellos que estimo y quiero. Abrazar, es algo propio chileno, es la proximidad del otro donde los brazos se confunden en una danza de gratitud y de bienestar. Abrazar, también porque sí, sin necesidad de explicar la razón o motivo. Abrazar, ésa es la palabra que encierra estos encuentros. Abrazar y no olvidar que abrazar es existir.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La actividad del estudiante

Recuperar la motivación del estudiante.

Un viaje a las raíces del tatarabuelo. Un voyage aux racines de l’arrière grand-père