Una humilde dignidad


La semana pasada fui a ver a mis papás. En un momento me quedo solo con mi mamá y ella va a buscar un cuaderno donde escribe cuentos y poemas. Abre una página y me lee uno de ellos. Fueron unas tres páginas leídas sin respiro y con su voz que me recuerda sus orígenes campesinos.
La historia me sobrecogió porque empezó con una pregunta: “¿qué es ser vieja? Yo no sé, no me siento vieja. Voy a averiguarlo”. Con estas palabras tan sencillas que tocan su realidad quedo atento a lo que sigue.
Primeramente, va a visitar a un médico que luego de revisarla le dice que su problema es que está viejita. Le explica que, al igual que los autos, los seres humanos comienzan a sentir un desgaste en sus órganos.
No la deja conforme y va a visitar a un sacerdote. El padrecito le pregunta si viene a confesarse. Ella le pregunta qué es ser vieja. El curita comienza a darle un sermón de esos que aburren… que el cielo, el final de la vida y rezar muchos padres nuestros y aves marías. Se va molesta.
Sigue con su inquietud. Pero al llegar a una esquina, su registro cambia y la viejecita rejuvenece. Le dicen que no hay micros porque los estudiantes se las tomaron. Ve un camión con un letrero que dice Las Condes. Lo aborda ágilmente quedando en la parte trasera colgando. Por el olor a mierda que emana del camión se da cuenta que se subió a un recolector de basura.
Se baja raudamente y ve a unos chicos jugando sobre skates. Empuja a uno de los niños y se sube sobre una de estas tablas con ruedas. Le dice que es por una emergencia. A toda prisa circula por las calles hasta llegar a su edificio. Le pasa el skate al conserje y le pide que se lo devuelva a los niños que la persiguen. No puede tomar el ascensor porque están en mantención. Sube los diez pisos a toda velocidad y al llegar a su departamento se da cuenta que todo era un sueño.
Nos reímos muchísimo y luego siguió leyendo otros más. Al finalizar intercambiamos algunas ideas acerca de cómo podría compartir sus textos con otras personas adultas. Me dice que va a proponer en su club que todos puedan escribir. Vi en su rostro la mirada de la humilde dignidad.
Escucharla es un regalo. Su voz adquiere un tono comparable con el de sus hermanos. Un acento sureño surge con simpatía adornando con amabilidad sus rimas sencillas y coloridas.
Incluso se permite escribir para participar en concursos para el adulto mayor. Podría integrar cualquier taller literario para adultos mayores, lo cual la hace pensar en que sería una muy buena idea. Aprender no tiene edad aunque no se haya terminado la educación básica.

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