El sueño del profesor sobre la educación pública
Interesado, como estoy, por una educación transformadora, que otorgue tanto al profesor como al estudiante, la posibilidad de trascender la sala de clases, he podido leer con mucho gusto la introducción del libro "Miedo y osadía" escrito en diálogo entre Paulo Freire e Ira Shor (2014).
La introducción del libro que lleva por título "el sueño del profesor sobre la educación pública", es quizás un inicio a un vuelo "poético, divertido y profundo" entre dos profesores comprometidos por una educación de transformación.
En su diálogo inicial subrayo, la sentencia de que "la docencia es una actividad práctica, pero todo lo que pasa en la clase es la punta de un iceberg teórico", puesto que de aquí surgen una serie de análisis para la comprensión de la profesión docente.
Pienso que la sociedad privilegia lo que se ve a simple vista del profesor y su quehacer. En una mirada simplicista, podríamos decir que la actividad del profesor es apenas un oficio técnico, un especialista en la transmisión de contenidos cuya utilidad queda circunscrita en las evaluaciones estandarizadas. Para ejercer, entonces la pedagogía le basta apenas su experiencia escolar apoyada con algunas teorías prestadas de la psicología, la sociología y la filosofía.
Pocos hablan de la pedagogía como un acto de investigación y producción de conocimientos. Para muchos padres, y también profesores, esta afirmación puede resultar algo confusa. ¿Cómo puede un profesor producir conocimientos si solamente tiene que transmitirlos? Los conocimientos ya fueron desarrollados por pensadores y científicos. Ellos sí tienen el conocimiento cierto. Entonces la labor de la escuela consiste en aproximar al estudiante al conocimiento ya producido. Para que suene bonito, lo mejor es que lo diga el estudiante con sus propias palabras.
Al reflexionar sobre la motivación para que los estudiantes aprendan, estos maestros nos enseñan que el acto gnoseológico se compone de dos momentos: la producción del conocimiento y el aquel mediante el cual el conocimiento es conocido y entendido. Lamentablemente, en nuestras escuelas hemos aprendido que estos momentos se dan separados, privilegiando el segundo.
En efecto, los programas escolares y las planificaciones de los profesores, señalan que "el aprendizaje ya ha tenido lugar en alguna parte. El profesor utiliza una arquitectura construida en otro lugar, simplemente relata las conclusiones, a los que ha llegado en otro lugar".
El desafío de la docencia está en entablar un verdadero diálogo con los estudiantes para despertar la curiosidad de ir más allá de estos programas. Se trata de ir a la verdadera sustancia que provoca el conocimiento, aquello que despierta la pasión de una persona para comprender y transformar su realidad.
Pero, como señalan, los maestros, la escuela está sujeta al control y disciplinamiento de las estructuras sociales y políticas que gobiernan. En otras palabras, permitir pensar para transformar puede ser un riesgo muy alto que los sistemas políticos no están dispuestos a realizar. Entonces, para evitar conflictos, resulta más cómodo que la escuela venda conocimientos ya producidos, inofensivos, puesto que sus efectos se encuentran controlados. Por eso, "si los profesores o alumnos, ejercieran el poder de producir conocimientos en clase, estarían reafirmando su poder de rehacer la sociedad".
Esta reflexión está en el centro del miedo y del riesgo, puesto que los maestros no soslayan la inercia que existe en la escuela para lograr su transformación. "Los estudiantes están acostumbrados a la transferencia de conocimientos" y cuando un profesor intenta innovar se le deja entrever que las evaluaciones institucionales deben demostrar que efectivamente se alcanzaron los objetivos. Un ejemplo de la inercia en la escuela, sucede cuando los estudiantes preguntan si tienen que responder con sus propias ideas o las del autor de un determinado libro. En muchos casos, se observa que las ideas de los estudiantes carecen de profundidad o se limitan a un saber común.
Pero también los profesores son responsables de esta situación, puesto que ofrecen textos académicos lejanos de la experiencia de los estudiantes. Recojo en este punto algunos ejemplos que me parecen de un muy buen sentido: investigar en las experiencias de los estudiantes para conocer sus ideas, sus afectos sobre lo que les afecta, dejarlos que escriban, "dar espacio a los discursos de los estudiantes para aprender de ellos".

Esta es la complejidad a la que están invitados todos los que quieren educar y que sueñan con una pedagogía que forme personas íntegras. ¿Se parece en algo a lo que pretenden los aires de reforma? ¿Se piensa en esto cuando se plantea el "plan maestro" que pretende aportar ideas para atraer a los buenos profesores?
Aquí se encuentra el punto entre el miedo y el riesgo que este libro intenta abordar. Apasionante.
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