Verdún, la tierra que aún gime
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Vista desde el Memorial hacia el Osuario de Douaumont |
Diversos documentos audiovisuales y escritos
recuerdan uno de los episodios más trágicos ocurridos durante la 1ª. Guerra
Mundial. Sin embargo, estar en el lugar mismo, dejándose conmover con los
testimonios recogidos por quienes fueron sus protagonistas provoca una honda
impresión. Impresiones de la visita al Memorial de Verdún y el pueblo destruido
de Fleury, y los Fuertes de Douaumont y Souville.
Ubicado a unos 10 kms. al noreste de la ciudad
de Verdún, se encuentra el Memorial homónimo que recuerda uno de los episodios
más trágicos ocurridos durante la 1ª. Guerra Mundial. “La batalla de Verdún” se
hizo conocida por la enorme cantidad de medios y unidades militares empleados
que dejaron un saldo de 300.000 muertos y 400.000 heridos y desaparecidos. En
el campo de batalla, luego de 18 meses de intenso asedio se recuperaron 60 millones
de casquillos de bombas.
Un soldado alemán escribió a su madre a las
pocas horas de iniciado el conflicto la siguiente carta:
“Mi querida madre: Le escribo esta carta el 21 de
febrero a las 14 horas. La artillería ha comenzado a tirar desde las 8 los
cañones más grandes, morteros de 42, 38 y 30. Va a haber una lucha como nunca el
mundo antes ha visto. Esperamos que nuestra empresa triunfará y que Dios estará
con nosotros. Nosotros estamos designados para la tarea más grande que va quizás
aportar la decisión en esta lucha terrible” (soldado alemán del 8° regimiento de
fusileros).
La batalla nunca antes vista, como decía este
soldado, a través de los objetos empleados y encontrados en el teatro de
operaciones, nos recuerda el sacrificio de miles de seres humanos que pelearon
hasta el heroísmo.
Para llegar al Memorial recorrimos en auto la
llamada “Vía sagrada”, unos 75 kms. que separan Verdún de la ciudad de Bar le
Duc, único lugar desde donde se podía abastecer a las tropas con víveres y
municiones. Un dibujo muestra un convoy interminable de carros en dirección al
infierno de Verdún cubierto por un cielo enrojecido ocasionado por el
implacable bombardeo.
En una de las salas se exponen fotografías,
pinturas y filmaciones registradas en la época, tanto de origen francés como
alemán. Estas imágenes son acompañadas por una banda sonora de un largo sonido
de artillería que luego da paso a una música que sobrecoge. Sentado al frente
de imágenes que muestran un paisaje desolador, una tierra devastada y yerta,
escucho por medio de unos fonos, algunos extractos de cartas de soldados
testigos de la batalla. Sus palabras, acompañadas de las imágenes golpean el
alma.
“(…) ustedes no pueden saber lo que hemos visto allá.
Nos encontramos a la salida de Fleury, delante del Fuerte de Souville. Hemos
pasado 3 días acostados en los hoyos provocados por los obuses a ver la muerte
de cerca, esperándola a cada instante. Y eso sin una pequeña gota de agua para
beber y un horrible olor infectado de cadáver. Un obús recubre los cadáveres de
tierra y otro los exhuma de nuevo. Cuando uno quiere cavar una guarida,
encontramos de inmediato a los muertos…” (Karl Fritz, Alemania)
Como este, son cientos de miles de hombres que
hace un siglo ya, describieron el horror de la guerra. Muchos quedaban aislados
en el campo de batalla luego sufrir el bombardeo, rodeados de cuerpos
mutilados, mojados por la lluvia y sucios por el barro. Soportando el hambre,
la sed y el frío, exclamando sus últimas palabras dedicadas a sus mamás, sus
esposas e hijos, espantando las ratas que también buscaban un lugar donde
esconderse, parecían esperar la hora de su muerte.
Las imágenes muestran una tierra arrasada por
las bombas, formando cráteres repartidos por todas partes. Los árboles se
encuentran arrancados de raíz y quemados. El agua de la lluvia forma un lodazal
que entierra a los cadáveres antes que puedan ser recuperados. Uno y otro
silbido y luego una explosión que hace saltar la tierra y lo que se encuentra a
su alrededor. Veo caer cuerpos inertes que corrían buscando una posición para
guarecerse. Lo que el obús no alcanzó a destrozar lo hará la metralla con su
incesante ritmo destructor.
Un silencio profundo me invade. Asisto a un campo
de batalla convertido en carnicería humana. Los hombres, jóvenes y maduros,
lloran desconsolados lo que les queda de vida. En ese cielo cubierto de pólvora
solo les queda despedirse de sus seres queridos. Saben que el camino de regreso
será para algunos pocos afortunados que podrán contar lo indescriptible. El
enemigo está a 100 o 200 metros esperando el más mínimo error para acabar con sus
vidas.
En estas circunstancias, la atención de los
heridos se transformó en una pesadilla, ya que los puestos no daban abasto. Llegaban
por cientos y los recursos no alcanzaban. Un camillero francés escribió sus
recuerdos en el Château d’Esnes a 2 kms. de la primera línea de combate, donde
dos mayores y un capellán recibían a los heridos:
“… los heridos les eran aportados sucesivamente. Los mayores
cortan, tallan directamente la carne, desenrollan las largas bandas de gaza,
deshacen los paquetes de parches. La sangre fluye. El capellán exhorta al
paciente que sufre y grita. Terminada la compresa, el herido es llevado en una
ambulancia, la cual, una vez repleta, va a toda velocidad hacia los puestos de
retaguardia. Cuando su estado es juzgado grave o desesperado, por así decir, el
herido es trasladado al patio y dejado sobre su camilla en el suelo. Selección
terrible ya que los mayores están obligados a ejecutarlo en condiciones
trágicas, por falta de espacio o de tiempo. Cada herida es un caso particular que
hay que resolver con plena consciencia e inmediatamente. Ah! Este pobre, herida
en el estómago, nada que hacer; este de aquí, las piernas hechas pedazos,
hemorragia, demasiado tarde; este otro, en coma… llévenselo, llévenselo… Dejen
el lugar a otros menos graves que podremos salvar” (Elie Charmand, Francia).
Recorro cada una de las vitrinas que exponen
todas y cada una de las circunstancias que se viven en el campo de batalla como
en los puestos destinados al descanso y el relevo. Paso unas tres horas dentro
del Memorial y al salir a la terraza observo la inmensa masa de árboles que lo
rodea. Veo senderos y una figura gigantesca de un obús que señala el Osuario de
Douaumont que contiene los huesos encontrados en el campo de batalla pertenecientes
a 130.000 soldados.
Camino por los senderos que llevan al pueblo de
Fleury destruido completamente por la artillería. En su memoria hay una
capilla. La tierra muestra un lomaje inusual, una depresión constante, como si miles
de ondas la estuvieran atravesando. Son las cicatrices de las bombas que de vez
en cuando siguen devolviendo a la superficie restos de una memoria que se
resiste a olvidar.
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Fuerte de Douaumont |
A Verdún y sus caídos, mi reconocimiento y
homenaje.
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