Sujeto y ética
La reflexión sobre el sujeto en educación y su vinculación con la tarea del docente de cumplir los objetivos educacionales tiene un componente ético de primer nivel.
El profesor o adulto, responsable de un sujeto más joven, propone una serie de acciones para que éste logre desarrollarse en todas sus dimensiones humanas. Fija, en cierto sentido, una hoja de ruta de su formación. En este trayecto formativo, el profesor le puede pedir algunas tareas que son relevantes para conseguir algunos aprendizajes, para lo cual el estudiante deberá comprometerse, controlar su voluntad y asumir su responsabilidad, por ejemplo.
También, el profesor, puede considerar que ciertos trabajos en sala, realizados en forma grupal son muy importantes, pero que merecen lecturas complementarias o unos análisis individuales, por lo que planifica comprometer al estudiante hacia nuevas exigencias.
Estas situaciones nos demuestran que el profesor decide constantemente sobre acciones que influyen, tanto en la formación académica como personal de sus estudiantes. En una dirección pueden mover al estudiante hacia su autonomía o en otra, atrofiarla.
En el trabajo docente debemos considerar no sólo la relación entre docente y estudiante que se realiza en la interacción didáctica sino que también en la selección de contenidos y método de enseñanza. También, aquello comporta una decisión ética por parte del docente.
El profesor puede concebir la formación académica como una forma de entrenamiento para pasar exámenes, lo que podría constituirlo en un instructor, o en una instancia para generar debates y discusiones acerca de lo que está sucediendo en la actualidad. Concebir el aprendizaje como una instancia para la reproducción cultural o para la transformación de ella, encierra una decisión ética por parte del educador.
Esto es así porque la educación es un fenómeno humano que ocurre en una realidad situada en la historia y como tal, no sucede aislada de un contexto. El profesor sostiene, implícita o explícitamente, un conjunto de creencias y concepciones sobre sobre los fines últimos de la vida, que le permiten orientarla y asumirla desde una postura ética y existencial. Pero no sólo sucede en el plano subjetivo de su existencia sino que también en las decisiones educativas y pedagógicas en la escuela. Entre ellas, debe considerar que en todo proceso de formación su propia subjetividad, tal como la hemos presentado, puede favorecer o entorpecer el camino propio y autónomo de sus estudiantes. Esta posibilidad de formar un sujeto autónomo, que sea capaz de decidir por sí mismo, de conformar una conciencia libre de prejuicios o ideas erróneas sobre lo humano, se constituye en la tarea ética primordial que el docente debe tener en cuanto al momento de educar y ello independiente del campo disciplinar del docente.
Formar a un sujeto hacia su autonomía debe respetar la voluntad de su determinación y la asimilación de la cultura en su propio proyecto vital. El profesor debe permitirle que emerjan las interrogantes, las certezas y las dudas para la configuración de su propio proyecto, pero no coartando, reprimiendo o ridiculizando los avances. Aquí radica la fuerza del sentido ético de la labor docente.
El profesor o adulto, responsable de un sujeto más joven, propone una serie de acciones para que éste logre desarrollarse en todas sus dimensiones humanas. Fija, en cierto sentido, una hoja de ruta de su formación. En este trayecto formativo, el profesor le puede pedir algunas tareas que son relevantes para conseguir algunos aprendizajes, para lo cual el estudiante deberá comprometerse, controlar su voluntad y asumir su responsabilidad, por ejemplo.
También, el profesor, puede considerar que ciertos trabajos en sala, realizados en forma grupal son muy importantes, pero que merecen lecturas complementarias o unos análisis individuales, por lo que planifica comprometer al estudiante hacia nuevas exigencias.
Estas situaciones nos demuestran que el profesor decide constantemente sobre acciones que influyen, tanto en la formación académica como personal de sus estudiantes. En una dirección pueden mover al estudiante hacia su autonomía o en otra, atrofiarla.
En el trabajo docente debemos considerar no sólo la relación entre docente y estudiante que se realiza en la interacción didáctica sino que también en la selección de contenidos y método de enseñanza. También, aquello comporta una decisión ética por parte del docente.
El profesor puede concebir la formación académica como una forma de entrenamiento para pasar exámenes, lo que podría constituirlo en un instructor, o en una instancia para generar debates y discusiones acerca de lo que está sucediendo en la actualidad. Concebir el aprendizaje como una instancia para la reproducción cultural o para la transformación de ella, encierra una decisión ética por parte del educador.
Esto es así porque la educación es un fenómeno humano que ocurre en una realidad situada en la historia y como tal, no sucede aislada de un contexto. El profesor sostiene, implícita o explícitamente, un conjunto de creencias y concepciones sobre sobre los fines últimos de la vida, que le permiten orientarla y asumirla desde una postura ética y existencial. Pero no sólo sucede en el plano subjetivo de su existencia sino que también en las decisiones educativas y pedagógicas en la escuela. Entre ellas, debe considerar que en todo proceso de formación su propia subjetividad, tal como la hemos presentado, puede favorecer o entorpecer el camino propio y autónomo de sus estudiantes. Esta posibilidad de formar un sujeto autónomo, que sea capaz de decidir por sí mismo, de conformar una conciencia libre de prejuicios o ideas erróneas sobre lo humano, se constituye en la tarea ética primordial que el docente debe tener en cuanto al momento de educar y ello independiente del campo disciplinar del docente.
Formar a un sujeto hacia su autonomía debe respetar la voluntad de su determinación y la asimilación de la cultura en su propio proyecto vital. El profesor debe permitirle que emerjan las interrogantes, las certezas y las dudas para la configuración de su propio proyecto, pero no coartando, reprimiendo o ridiculizando los avances. Aquí radica la fuerza del sentido ético de la labor docente.
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